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Este verso de Dante, en una de las partes de su Divina comedia, muestra cómo vivimos interiormente diferentes tiempos, ciclos y edades, sumergidos en una experiencia de complejidad. Muchas veces, la sensación que nos sobreviene es la de estar desorientados. Miramos y descubrimos que la vida se volvió una selva. Las evidencias nos parecen menos frecuentes y accesibles. El camino se hace a través de ramas y follajes, arduos de superar. Nuestro tesoro, seguramente, continuará existiendo en alguna parte, pero ahora está escondido a nuestros ojos. Por eso, necesitamos un cristianismo que madure e ilumine la pregunta que somos. Un cristianismo espiritualmente inspirador que nos vuelva a lanzar con confianza al aprendizaje del arte que es la búsqueda interior.