Aun cuando el hombre moderno tienda a secularizarse, no podrá y no tendrá nunca que olvidar la interioridad, la dimensión espiritual de la existencia. Si esto es válido para un cristiano, lo es aún más para un sacerdote. Ya no sabemos meditar, ya no sabemos orar; no sabemos cómo callar el bullicio interior de los intereses externos, de las imágenes, de las pasiones.
Es necesario, entonces, el silencio interior para escuchar la Palabra de Dios, para experimentar su presencia, para sentir la vocación de Dios. Hay que dar a la espiritualidad su respectivo lugar en el programa intenso de la vida de un sacerdote; un lugar primario, un lugar silencioso y puro.
No puede haber vida sacerdotal plena sin interioridad de vida espiritual. Ésta es para el sacerdote fuente de serenidad y de apostolado eficaz. Las meditaciones de Juan Pablo II sobre la espiritualidad sacerdotal, presentadas de nuevo con motivo del Año sacerdotal, recuerdan que la vida interior para un presbítero es el principio que da forma y santifica todo su servicio pastoral.
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